24 mar 2009

La imposible tarea de dormir sin soñar en el Planeta Plutón

Mi primera noche en Plutón fué lo que esperaba. No dormí. Nunca supuse que iba a ser sólo la primera de una infinita rutina que sólo varía por la materia de la que estan hechas los sueños. Y porque cuando creo que despierto no se si estoy en Plutón o Plutón está en mi.

Soñé que estaba en una habitación irreconocible. Sé que estaba aunque sólo como espectador y no formaba parte de la escena visual. Estaba mi hermana pero no mi verdadera hermana. Esta mujer era rubia, alta, de ojos grandes y creo que claros, de pelo largo y lacio y algo caído sobre su cara. De unos 30 y pico. Y muy sexy. Demasiado ya que era mi hermana. ¿Por qué tenía que ser mi hermana? Nada me lo indicaba salvo que yo lo sabía.
Hasta ahí podía ser un sueño convencional con alguna confusión de identidades y algún elemento incestuoso en la vuelta y nada más, hasta que apareció él. El Sir en persona. Mr. Paul Mc Cartney. Pero el Paul que aún no era Sir. El Paul a secas y que con eso ya era más que suficiente.
Era obvio que mi hermana quería algo con él. Así como yo no me veía en el sueño pero sentía mi presencia junto a ellos, ellos ni siquiera notaban mi existencia. Yo los veía y estaba celoso pero no como un hermano normal. Esa mujer sexy lo miraba a él y no a mí.

No había más que silencio. Nadie hablaba ni era necesario para que yo supiera lo que estaba pasando. Era extraño sentir ésa atracción hacia mi hermana pero más extraño aún era que Paul no hablaba nada, ni una sola palabra. Es más, no era una presencia tan viva como la de mi "hermana", era como una de aquellas viejas fotos en blanco y negro pero con algunos movimientos corporales, no faciales. La cara la tenía siempre con el mismo gesto: ojos grandes y adormecidos, boca semiabierta y esa cara que tenía de joven de "no entiendo nada", junto al clásico cerquillo y el traje negro con camisa blanca. Él era todo en blanco y negro pero mi hermana era rubia. No recuerdo otros colores.

Y el sueño transcurrió entre mi hermana moviendo su cabeza y el pelo mientras seducía a Paul con la mirada seria y penetrante y éste con la misma cara de siempre, a veces mirándola a ella y otras mirando a su alrededor como buscando algo. Y también estaba yo. Con una sensación de angustia y celos al mirarlos y no lograr interactuar con ellos o interferir en ésa extraña conexión que se daba entre ambos.
Y además me seguía preguntando como me podía gustar tanto ella si yo sabía que era mi hermana

El relato
Si hay algo que me agota física y emocionalmente es discutir con mi hermana. Y como es un ejercicio desgraciadamente habitual, suelo terminar necesitando alguna especie de revitalizador post enfrentamiento. A veces escuchar música me calma los nervios. Si lo acompaño de algunos cuantos tragos me siento mejor. Pero si la discusión fue muy intensa tengo que recurrir a alguna ayuda química. Nada muy pesado pues no soy adicto a ésas cosas. Yo manejo al carro y no dejo que el carro me maneje a mí. Son solo una pequeña ayuda para afrontar algunos eventos particulares de mi vida con mas naturalidad.

Pero tengo que reconocer que tener al joven Paul Mc Cartney en mi habitación era un evento demasiado fuera de lo común en mi vida. Ni siquiera puedo pensar con claridad como llegó hasta ahí. En ése confuso momento sólo pude notar que él estaba siendo seducido por una bella mujer que lucía un prendedor en la ropa que decía ”Soy Tu Hermana”, como si llevara un antiguo slogan hippie. No paraba de jugar con su pelo y de bailar alrededor el ex Beatle. Era evidente que Paul no precisaba decir nada para tener a la mujer que quisiera, y lo iba a lograr ahí mismo delante de mis ojos y sin ningún esfuerzo. Eso me molestaba. ¿Porque era tan fácil para él, sin decir mu y con su carita de tonto mientras que para mí era un trabajo enorme conquistar a cualquier mujer? Y ni hablar del trabajo que me llevaría conquistar a “Soy Tu Hermana”.

Me cansé de mi molestia y me senté en mi puf color amarillo submarino pero sin quitar los ojos sobre ese estúpido, vestido con su trajecito de muñeco y su cara de "yo no fui,... pero voy a ir, dobladí, dobladá" ( estúpido humor Beatle ). George parecía pensar como yo, aunque no puedo estar seguro ya que estaba como en otra galaxia. Sentado en el suelo frente a mí, en posición Maharashi, con su barba marrón y su túnica blanca, tocaba gentilmente su guitarra y parecía no importarle nada. Pero para mi satisfacción cada tanto levantaba su mirada hacia su compañero y le preguntaba con una leve sonrisa: "¿quieres tocar mi guitarra, Paul?, te gustaría, ¿verdad, Paul?". Y Paul sólo lo miraba sin poder hablar y luego volvía a mirar a su alrededor como preguntándose dónde estaba el resto de la foto de la que se había caído. Eso me divertía. Eso me divertía del buen George. Y era lo único que hacía y repetía cada tanto: "dime Paul, ahora en serio,...¿te gustaría tocarla?". Y de nuevo Paul con cara de bebé al que le muestran y le esconden el juguete.

Ringo sin embargo ya no divertía a nadie con sus repetidas imitaciones de Elvis que se escuchaban desde la cocina. Al comienzo estuvo bien pero ya era un fastidio al punto que me levanté de mi puf y fuí a pedirle que trajera el LSD de una buena vez.
Cuando entré a la cocina me quedé atónito: no había sido Ringo todo este tiempo, era el mismo Rey en persona preparando unos tragos. Se dio vuelta hacía mí y me dijo en perfecto español pero con un característico e inigualable acento sureño yanqui:" no hay nada como unos Martinis con clonoten para la resaca, Kid". Y luego revoloteó su capa dorada y siguió concentrado en su tarea mientras hablaba de como iba a matar a cada uno de los que traicionaron a Nixón. Yo quedé boquiabierto: aún no habíamos tomado nada y el tipo ya estaba preparando algo para la resaca. Un hombre precavido sin dudas.

Salí de la cocina ahora con la única idea de ir a buscarlo a Él. No podía ser que Él no estuviera. Aunque tenía un poco de miedo de encontrarlo. No sabía a cual encontraría: si al genio, al loco, al sagaz, al bromista, o al del complejo de Edipo japonés o al aburrido padre de familia.
Busqué por los cuartos hasta que sentí voces desde la terraza y presencié el show de mi vida. No solo estaba Él, sino que estaba sentado al lado de...¡Bono! Entiendo que hay gente que no lo soporta: una cosa es que en África se mueran de hambre pero otra es que encima venga alguien y se los diga. Hay gente demasiado sensible que no puede tolerar algo así. Pero yo no soy tan sensible, y para mí es por sobre todo mi profesor de música, el gurú de mis andanzas adolescentes, el alter ego de mi otro yo, mi Krusty el Payaso.

Bono
lucía sus gafas y un sombrero de cowboy de paja, una campera de jean desgastada y un pantalón de cuero negro con algunos pequeños agujeros, pero se notaba que todo era de buena marca. Además no podía ocultar una prominente barriga a pesar de estar semi inclinado hacia delante en su asiento.
Él, por su parte, llevaba un tapado de piel sobre sus espaldas, su pelo largo desaliñado y una extrema delgadez y sensación de extenuación.
Bono le estaba recitando a Él la letra de "One": "somos uno, pero no somos lo mismo. Debemos llevarnos el uno al otro".
Él lo interrumpió llevándose lentamente el índice a la boca, lo miró por sobre sus lentes ovalados, puso cansinamente su mano izquierda sobre el hombro derecho de Bono y le susurró: "tu...tu eres mi hijo". Ser testigo de esto para mí era quizá sólo comparable a haber estado fumando un porro en la Luna segundos antes que Armstrong hiciera pie y preguntarle: “¿por qué tardaron tanto?”, mientras le sacaba lustre a una bandera de Jamaica recién clavada.

Pero entonces Bono se incorporó rápidamente de su asiento con talante orgulloso, se sacó sus lentes Bulgary rosados con la mano derecha y con la izquierda se puso unos negros con forma de mosca, y con una sonrisa afectada en su rostro le respondió: "si, yo soy tu hijo Padre...y tu eres el Diablo...y Dios es exactamente igual que tú".
Y entonces las ventanas se abrieron y un viento helado cruzó mi cuerpo y mi cuarto, y se puso a pasar desesperadamente las páginas de un libro de Bret Easton Ellis que dejé en mi mesa.
Y de repente sentí que los tres éramos como uno pero no lo mismo, como que partes de mi cuerpo ya no me pertenecían y otras se incorporaban a mí, mis piernas empezaron a temblar y los colores a dar vueltas como en un carrusel fuera de control. La parte final de "A Day In The Life" se metía en mis oídos y taladraba mi cerebro, el dolor de cabeza solo era superado por el de mi estomago y aumentaba a medida que la canción alcanzaba su clímax. Y mi estado de angustia explotó cuando el viento ahora arrancaba las sábanas y dejaba ver el cuerpo desnudo de “Soy Tu Hermana” danzando frenéticamente sobre el cuerpo inerte de Paul. Y mientras una voz que hablaba de atrás para adelante comenzaba a hacerse más audible hasta que el viento se detuvo y la frase repetida en toda la pagina del libro tradujo lo que la voz decía: “te lo dije, te lo dije, te lo dije”...y de repente...el silencio y... estaba de vuelta. A mi derecha había un Doctor con una aguja gigante que se notaba que recién había usado en algún pobre infeliz, pero a mi izquierda, bien cerca, estaba mi hermana con su habitual pelo negro recogido para atrás y su gesto adusto adquirido poco después de los 40. Y antes que le sonriera con alivio y le dijera hola me susurró al oído: "¿te lo dije o no te lo dije?, ¡buen susto nos diste, tarado!, ¿cómo se te ocurre mezclar clonoten con alcohol?". No le respondí. No podría. Solo la miré con compasión: ¿cómo podría ella saber más que el Rey en éstas cosas?

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